Freud
asume que esta situación triangular entre el niño y ambos progenitores es
universal y está condicionada por la erogeneidad propia de la etapa fálica.
El niño
desarrolla una relación ambivalente con respecto a su padre; lo quiere y admira
por su poder y sus posesiones, pero al mismo tiempo lo envidia y su propia
excitación sexual ligada a los cuidados maternos hace que tome a ésta o
sus sustitutas como objeto erótico, lo cual conduce a tomar al
padre como rival y generar odio hacia él. Sus propias prácticas
masturbatorias -fácticas o en fantasía- aunadas a su odio proyectado
en su padre conduce al niño a desarrollar una compleja trama de emociones,
cogniciones y fantasías que se traducen en la denominada angustia de castración. El niño teme
ser despojado de aquello que valora y de lo cual se siente orgulloso.
La
consecuencia normal adaptativa es que el niño reprima sus deseos
incestuosos y se identifique con el padre –‘cuando sea grande seré como él’- .
Así, pues, la angustia de castración determina la salida del Complejo de Edipo,
la identificación con el padre configura el núcleo del Super yo, la libido se
inhibe en su fin y se transforma en ternura.
Empero,
la solución puede no ser armónica y tener consecuencias indeseables:
estas son las vicisitudes edípicas. Así, el temor al padre puede conducir al
niño a adoptar una actitud pasiva, semejante a la que atribuye a su madre.
Ello, a su vez, puede traducirse posteriormente en una actitud desafiante
contra todos los hombres que representen autoridad; su necesidad de amor puede
llevarlo a establecer relaciones de dependencia con respecto a las mujeres.
En
otros casos, el niño reprime su inclinación fálica, intensifica su amor hacia
el padre y experimenta una regresión pregenital, pasiva. Esto constituye el
Complejo de Edipo Negativo, el mismo que puede conducir a la homosexualidad.
En la
niña, el Complejo de Edipo sigue un camino inverso: es la angustia de
castración o, más propiamente, la envidia
del pene la que determina el ingreso a dicho complejo.
La niña
observa que existe un trato diferencial con respecto al varón y gradualmente va
descubriendo la diferencia entre los sexos. Asume que ella también tenía falo
pero lo perdió, o que a semejanza de su madre tampoco tiene uno. Ello conduce a
un afán compensatorio a través de la masturbación clitoridiana, el rechazo a la
madre como objeto amoroso y la intensificación de su deseo libidinal por el
padre.
En
circunstancias normales la niña habrá de identificarse con la madre, abandonar
el erotismo activo-clitoridiano y sustituirlo por el goce pasivo-vaginal. En la
mente infantil la ausencia de pene será compensada con la expectativa de tener
un bebe. Con ello se establecerá las bases para abandonar la situación
edípica.
Sin
embargo, en ocasiones la angustia de castración da lugar a una "protesta
viril", niega su ausencia de falo, adopta actitudes masculinas y se torna
dominante y agresiva, pudiendo asumir una identidad homosexual, es este el
Complejo de Edipo Negativo femenino.
Se
pueden presentar variantes de la fijación a la etapa edípica. Por ejemplo, el
hombre o la mujer -ya adultos- pueden tender a establecer situaciones
triangulares en sus relaciones de pareja; una mujer puede inclinarse a ‘elegir’
como pareja a personas significativamente mayores, o puede asumir actitudes
protectoras -maternas- con varones débiles o dependientes;
igualmente, un hombre puede establecer una disociación entre los componentes
eróticos y tiernos de la sexualidad: reserva sus sentimientos de ternura
y admiración para las mujeres que no lo excitan sexualmente y se siente potente
y excitado ante las mujeres por las que no siente ningún respeto ni
afecto.