El
componente T (El Terapeuta)
Al
igual que todos los elementos de la situación terapéutica, “T” constituye
una dimensión extremadamente compleja, con relación a la cual se esta muy lejos
de conocer incluso los rasgos más sobresalientes, como podría ser la influencia
de la personalidad, de la orientación clínica, de la experiencia, de la edad,
del sexo, de la posición socioeconómica y el entrenamiento recibido. Hay,
ciertamente, decenas de investigaciones que intentan poner en claro uno u otro
de los factores citados, pero las conclusiones son muy contradictorias, siempre
vagas y no representan, en general, más que un punto de vista: el de la teoría
definida por el investigador.
El
origen de tales confusiones no es difícil de encontrar, si se examina un poco
la historia de la psicoterapia: no hace mucho tiempo se aceptaba todavía la
idea de un terapeuta “pantalla”, es decir, completamente neutro, siempre
igual así mismo y a los otros terapeutas de la misma orientación o escuela,
quien no hacía más que “reflejar”, gracias a una técnica “precisa” y también
uniforme, los pensamientos, actitudes, sentimientos y conflictos del paciente.
Tal idea permaneció durante todo el tiempo que la psicoterapia mantuvo un
status secreto, privado y un poco sacro, que debía por definición tener lugar a
puerta cerrada; solo se llegaba a admitir la existencia de “variaciones sin
importancia fundamental”, y cuando las diferencias comenzaban a hacerse
demasiado evidentes, se anunciaban como cismas.
El mito
se vino abajo gracias, principalmente a las investigaciones de Rogers y
colaboradores; pero, por una extraña dialéctica, la investigación actual
continúa siendo víctima de un a priori que se ha abandonado a nivel teórico: la
mayor parte de los trabajos actuales en este campo parecen considerar que los
terapeutas son equivalentes porque pertenecen a la misma escuela.
El
componente “S” (El sujeto)
Los
conocimientos adquiridos hasta el presente sobre este elemento de la situación
psicoterapéutica son , tal vez, un poco más específicos y menos
contradictorios de los que se poseen respecto del componente T; sin embargo,
muchas fuentes de confusión impiden todavía la formulación de conclusiones
netas y la proposición de generalizaciones válidas. En efecto, en este campo y
esto es cierto también para los otros “componentes” la tendencia a revisar las
investigaciones presuponiendo la uniformidad total de los sujetos que se han
clasificado sobre una fórmula cualquiera (de tipo diagnóstico), refuerza la
creencia según la cual todos esos sujetos reaccionaran de manera idéntica ante
la terapia.
Es
verdad que en la actualidad que el rol de ciertos factores y de ciertas
características del sujeto se hace cada vez más claro; si ese rol se ve
confirmado por estudios posteriores, será posible no solo formular hipótesis
más precisas en cuanto la influencia del sujeto sobre el proceso terapéutico,
sino que también será posible especificar las posibilidades de la aplicación de
una u otra forma de terapia sobre tipos particulares de sujetos.
En todo
caso, por el instante debemos plantear que ciertos problemas fundamentales como
la precisión del diagnóstico, heterogeneidad de los sujetos en los estudios, la
diversidad de rasgos, perturbaciones y comportamientos que se agrupan bajo la
etiqueta de “neurosis”, deberán ser definidos y resueltos antes de iniciar la
investigación que permitan ofrecer resultados relevantes.
El
componente P (La Psicoterapia)
En
nuestra breve discusión de la definición de la psicoterapia, señalamos algunos
de sus componentes esenciales; trataremos de determinar aquí con un poco más de
precisión cuales son los elementos conocidos de este conjunto intrincado de
variables y como se las ha manejado hasta el momento a nivel investigativo.
Anotemos
en primara instancia que los nombres dados a los sistemas psicoterapéuticos
“Psicoanálisis”, “Terapia centrada en el cliente”, “Terapia del comportamiento”
no dan más que una idea muy grosera sobre las técnicas empleadas en
ellas; de hecho, esos nombres designan simplemente grandes tendencias y no
verdaderas escuelas. Si en 1959 Harper se refería a 36 sistemas
psicoterapéuticos, pensando que la lista no estaba completa, en 1971 Lazarus
hablaba de más de 85. Es probable que en la actualidad haya más de 100, y eso
sin incluir “métodos” como los de Miller y Bloomberg (1969). (“no terapias como
métodos terapéuticos”), o el conjunto de recomendaciones cáusticas de Halley
(1969), a propósito de las estrategias certeras para ser un fracaso como
psicoterapeuta, ni la hipótesis de Bordatta (1959) sobre la “limboterapia”.
Así,
cuando se examinan las inscripciones sobre la manera de poner en práctica, la
“asociación Libre”, el “interrogatorio”, la “relación terapeuta paciente”, la
“transferencia” o la “empatía”, es fácil constatar que estos nombres
conceptuales designan un conjunto de procedimientos frecuentemente bien
elaborados, cada uno de los cuales no constituyen una operación sino un todo de
elementos interligados, hablar de la técnica “tal” en términos generales , ve
la heterogeneidad de los procedimientos y reduce la precisión con la cual deben
comunicarse la operaciones terapéuticas a otras personas ( por Urban, 1963).
Por
otra parte aún como términos” psicoanálisis” o terapia “Rogeriana“ se
encuentran asociados a conjuntos de procedimientos mas o menos precisos, no
sucede lo mismo cuando se habla de “terapia gestáltica” o “terapia
comportamental”: en la primera, la improvisación es de rigor, en la segunda se
rechazan las técnicas “estándar” que llevarían de regreso al modelo médico; por
lo demás, el término “terapia comportamental” cobija una extensa
gama de procedimientos altamente diferenciados, los mismos que dependen
de mecanismos diferentes.
Subrayemos
de paso que ninguna forma de terapia es “pura”, y que en realidad la casi
totalidad de sistemas psicoterapéuticos es el producto de combinaciones
“eclécticas” de principios y técnicas que se inscriben en contextos o en
perspectivas filosóficas muy variadas. Sin embargo, al hacer un examen
detallado de la situación, se descubre que el número de principios básicos y de
mecanismos explicativos es bastante reducido, y que la incidencia de las
infinitas perspectivas filosóficas dentro de las cuales se las
inscribe, las mas de las veces tienen influencia mínima sobre su práctica.
El
componente M (El medio ambiente)
Ninguno
de los componentes de la situación terapéutica no es tan desconocida y
permanece tan fuera de control de los investigadores como el medio ambiente del
sujeto. En este contexto, el medio ambiente se compone de factores muy diversos
y recubre un universo mucho más amplio que la misma psicoterapia; recubre todos
los elementos, todos los sucesos de la vida del sujeto fuera de las horas de consulta
terapéutica.
La
reflexión más elemental pone en evidencia la influencia decisiva de este
conjunto de factores sobre los resultados de la psicoterapia; parece
incuestionable que tales resultados están determinados y
condicionados en gran medida por las situaciones externas que vive el
individuo.
Muy
pocos autores se mostrarían dispuestos a negar la influencia del medio y de los
eventos externos a la psicoterapia en la evolución y el desenlace de ésta;
incluso se reconoce sin dificultad que, de una manera demasiado frecuente para
ser fortuita, los cambios que el terapeuta atribuye a su intervención coinciden
con cambios importantes en el medio del sujeto; esto implica que, o bien
los cambios eran inminentes en el momento en el cual el sujeto comenzó a buscar
la ayuda o bien que la terapia le dio la “energía” necesaria para
afrontar un cambio que de todas maneras se habría producido. Sin embargo, el
número de investigadores que tiene en cuenta estos hechos en la ejecución de
sus trabajos es ínfimo.
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