jueves, 10 de enero de 2013

LA PSICOLOGÍA DEL SEDUCTOR

En los juegos de seducción en primer lugar, era preciso captar la atención; el maquillaje, peinado, vestimenta y olor ofrecían la impresión de estar frente a una diosa viviente, un trofeo inalcanzable y celestial.

 En el siglo XVIII se modifica el protagonismo femenino de la seducción: el varón se aficiona a las estratagemas con las que vencer la resistencia sexual de las jóvenes damas. Son tiempos de Don Juan, donde, en el trato con el sexo opuesto, la brutalidad deja paso a la galantería y la pulsión sexual se disimula con sutilezas que tradicionalmente pertenecían al elenco femenino. Los varones extreman el cuidado de su vestimenta, en imitación a las conductas femeninas. Lo más interesante es que los varones conquistan un valioso descubrimiento: el pie de barro de las mujeres se sitúa en sus oídos, las damas no son indiferentes a lo que se dice ni a cómo se dice, las palabras colocadas en un determinado modo y pronunciadas en un tono adecuado producen verdaderos sortilegios, ayudan a poseer mentes y corazones.

 A medida que avanzan los años, las estrategias de encantamiento amplían su campo de acción: ya no se restringen al terreno de la conquista sexual, sino que se extienden al ámbito social: los cortesanos ganan favores de sus superiores mediante juegos psicológicos que siguen fielmente las reglas de seducción.

 En el siglo XIX, Napoléon descubre que la batería de técnicas seductoras es válida también a gran escala; la oratoria se convierte en herramienta para atrapar ideas y sensibilidades de las masas. La teatralidad, el espectáculo, la arenga ganan terreno al discurso a media voz y procuran un inmenso poder con el que subyugar a los pueblos. El atractivo físico deja paso al magnetismo intelectual; el seductor encandila a gente de todo sexo y condición, cualquier persona es un seducido en potencia. Así nace el tipo carismático, el líder al que se le atribuyen virtudes de guía y se le entrega poder. Un ser al que se sigue por convicción y no por obligación.

A pesar de la adaptación y la transformación que siempre otorga el tiempo, la anatomía de la seducción, su técnica, continúa vigente desde que la inventasen las mujeres del Imperio Romano. Veamos el primero de sus peldaños: captar la atención. Sin atención no hay seducción posible, como bien saben los publicitarios, los líderes políticos o de negocios, los padres de familia, los gurús espirituales y los profesores que conocen las leyes de la buena pedagogía.

 No todos los seductores ejercen un magnetismo similar, albergan intenciones idénticas, ni todas las personas sucumben al mismo tipo de seducción. La personalidad del seductor, su temperamento, formación e inteligencia atraen a unos destinatarios y repelen a otros. Dicho de otra forma, el seductor acoge deseos, exhibe virtudes, sufre carencias y es depositario de necesidades como cualquier otro ser humano; por ello, su interés se centra en aquellos destinatarios susceptibles, al menos en apariencia, de alimentar su psicología personal.

No hay que olvidar que seductor y seducido se complementan y alimentan mutuamente. Por otro lado, la persona seductora no encandila constantemente y sin descanso; el arte de la fascinación exige energía y cuidado, en muchos aspectos resulta verdaderamente agotador.

El magnetismo de una persona radica en que cerca de ella nos sentimos mejor que cuando está lejos. Nos la imaginamos poseedora de algo que a nosotros nos falta, pero lo que verdaderamente nos atrapa se debe a que se muestra dispuesta a compartirlo, incluso en exclusiva, si nos portamos convenientemente y respondemos a lo que esperan de nosotros  se las arregla para que a su lado nos sintamos importantes, únicos y originales. En sus ojos vemos reflejada la imagen de nosotros mismos que deseamos poseer y proyectar. La persona seductora siempre presta una atención extraordinaria al otro, ensalza sus virtudes, fulmina sus complejos, regala aprobación a raudales, y al hacerlo, se garantiza el apego. El anhelo es aprobado, de ser amado y entendido ejerce una fuerza tal que en cuanto lo saboreamos ligeramente ya no podemos prescindir de ello.

El mismo tiempo, el fascinador, en cualquiera de sus versiones, preserva para sí un trozo del secreto, un pedazo del misterio, dándonos a entender que algún día terminará por desvelarlo… pero tal día quizá nunca llegue.”
Publicado por : GIOVANNA VALLEJOS FLORES